2007-12-14

El Perro Cojo

La Niña me envía este poema que, aun no siendo la primera vez que lo leo, sigue haciéndome llorar.

Seguro que a vosotros también.


“EL PERRO COJO”
Manuel Benítez Carrasco
(Granada, 1922-1999)



Con una pata colgando
despojo de una pedrada,
pasó el perro por mi lado,
un perro de pobre casta.
Uno de esos callejeros,
pobres de sangra y de estampa;
nacen en cualquier rincón
de perras tristes y flacas,
destinados a comer
basuras de plaza en plaza.

Cuando pequeños qué finos
y ágiles son en la infancia,
baloncitos de peluche,
tibios borlones de lana,
los miman, los acurrucan,
los sacan al sol, les cantan.

Cuando mayores, al tiempo
que ven que se fue la gracia
los dejan a su aventura,
mendigos de casa en casa,
sus hambres por los rincones
y su sed sobre las charcas.

Y qué tristes ojos tienen,
qué recóndita mirada
como si en ella pusieran
su dolor a media asta.
Y se mueren de tristeza
a la sombra de una tapia,
si es que un lazo no les da
una muerte anticipada.

Yo le llamo: “pss, pss, pss.”
todo orejas asustadas,
todo hociquito curioso,
todo sed, hambre y nostalgia,
el perro escucha mi voz,
olfatea mis palabras
como esperando o temiendo
pan, caricias o pedradas;
no en vano lleva marcado
un mal recuerdo en su pata.

Lo vuelvo a llamar: “pss, pss, pss.”
Dócil a medias avanza
moviendo el rabo con miedo
y las orejitas gachas.
Chasco los dedos; le digo:
“ven aquí, no te hago nada
anda vamos, ven aquí”
y adiós la desconfianza.

Que ya se tiende a mis pies,
a tiernos aullidos habla,
ladra para hablar mas fuerte,
salta, gira; gira, salta;
llora, ríe; ríe, llora;
Lengua, orejas, ojos, patas
y el rabo es un incansable
abanico de palabras.
En su alegría tan grande
que más que hablarme, me canta.

“¿Qué piedra te dejó cojo?
Sí, sí, malhaya, malhaya”.
El perro me entiende; sabe
que maldigo la pedrada,
aquella pedrada dura
que le destrozo la pata
y él con el rabo me dice
que agradece la lastima.

“Pero tú no te preocupes
ya no ha de faltarte nada.
Yo también soy callejero,
aunque de distintas plazas
y a patita coja y triste
voy de jornada en jornada.
Las piedras que me tiraron
me dejaron coja el alma.

Entre basuras de tierra
tengo mi pan y mi almohada.
Vamos pues, perrito mío,
vamos anda que te anda,
con nuestra cojera a cuestas,
con nuestra tristeza en andas;
yo por mis calles oscuras,
tú por tus calles calladas;
tú la pedrada en el cuerpo,
yo la pedrada en el alma.

Y cuando mueras, amigo,
yo te enterrare en mi casa
bajo un letrero: “AQUÍ YACE
UN AMIGO DE LA INFANCIA.”
Y en el cielo de los perros,
pan tierno y carne mechada.
Te regalara San Roque
una muleta de plata.
Compañeros, si los hay,
amigos donde los haya,
mi perro y yo por la vida:
pan pobre, rica compaña.

Era joven y era viejo;
por mas que yo lo cuidaba,
el tiempo malo pasado
lo dejo medio sin alma.
Y fueron muchas las hambres,
mucho peso en sus tres patas
y una mañana, en el huerto,
debajo de mi ventana,
lo encontré tendido, frío,
como una piedra mojada.
Como un duro musgo el pelo
con el rocío brillaba.
Ya estaba mi pobre perro
muerto de las cuatro patas.

Hacia el cielo de los perros
se fue, anda que te anda,
las orejas de relente
y el hociquito de escarcha.

Portero y dueño del Cielo
San Roque en la puerta estaba:
ortopédico de mimos,
cirujano de palabras,
bien surtido de recambios
con que curar viejas taras.

“Para tí, un rabo de oro;
para tí, un ojo de ámbar;
tú, tus orejas de nieve;
tú, tus colmillos de escarcha;
tú -y mi perro reía-,
tú, tu muleta de plata.”

Ahora ya sé por qué está
la noche agujerada.
¿Estrellas? ¿Luceros? No.
Es mi perro cuando anda
con su muleta va haciendo
agujeritos de plata.

2007-12-03

Calendarios

De un tiempo a esta parte, parece haberse puesto de moda que colectivos más o menos públicos, como equipos de rugby o fútbol, o cuerpos de policía y de bomberos, expongan sus... cuerpos, en calendarios con fines benéficos.

Hasta aquí, nada nuevo, ¿verdad? El caso es que parece que el invento funciona, porque la proliferación de iniciativas de esta índole se ha disparado en los últimos tiempos, pudiéndose encontrar, ya al alcance del consumidor, productos como:


  • Calendario Solidario de Policías de Benicassim, con presencia en YouTube incluída

  • Calendario erótico de Ryanair. Azafatas y erotismo. ¡Eso es innovar!

  • Calendario Protección Civil Policía Local de Alhama de Granada. Por quitarse, se han quitado hasta preposiciones y artículos. No busquéis top models en éste, pero creedme, los hay peores.

  • Calendario 2008 de la falla Poble de Silla. Falleras ligeras de ropa en unas imágenes hechas con muy buen gusto, en mi opinión.

  • Calendario de la Policía Local de Pinto. Aquí hay un poquito de todo.

  • Calendario erótico del Ancaster Athletic, equipo local de dicha población, que repite este año la iniciativa protagonizada el año pasado por varios hombres del pueblo, con un pequeño detalle: este año, son las mujeres del pueblo quienes dejan caer la hojita de parra, incluída Nora Hardwick, Miss Noviembre, que alegra dicho mes con sus 101 años de edad en toda su gloria.


En fín, yo sigo esperando el calendario erótico de los Lemmings. O algo por el estilo, que seguro que algo sacan.

La alegría del mastín

Es un día soleado como otro cualquiera de Diciembre. Deambulo por la plaza, camino del trabajo, disfrutando la luz del sol que, si bien no calienta mi piel ya por estas fechas, sí le da un cierto calor a mi alma, borrando por un rato las preocupaciones de mi vida.

Caminando, llego hasta el lugar donde un mendigo mantiene su cuerpo caliente gracias a dos mastines que descansan serenos a ambos lados de él. Al irme acercando, me percato de que el hombre, a su vez, intenta como puede darle algo de calor a un tercer mastín, más pequeño éste por su corta edad, al que sostiene en brazos, intentando que el perro esté en contacto con él lo más posible.

Una joven se acerca a él, se agacha y deja unas monedas en la vieja y castigada caja de puros que el hombre tiene ante sí. Antes de que la muchacha pueda reaccionar, uno de los mastines, percibiendo en ella una benefactora, se acerca a ella y le regala mil cariños. La joven los recibe felíz, devolviéndole otros diez mil, tanto a él como al segundo mastín, y al pequeño que, aún tiritando un poco, se aparta del mendigo para demostrar ese afecto incondicional que sólo los perros son capaces de sentir por un completo extraño.

El sol sigue brillando sobre mí, mientras abandono la escena, pero ya no me proporciona ningun alivio. No tardo en comprender que siento envidia de la joven, por ese cariño que da y recibe, y porque, a diferencia de mí, ha pensado en ayudar a alguien que lo necesitaba.