Fin de semana
Éste último ha sido un fin de semana raro. Me explico: el sábado estaba en plan perro, y no me levanté hasta bastante tarde (estuve, eso sí, trasteando un poco con el ordenador). A media tarde, me llama la Niña para quedar un ratito. Quedamos con el Niño, ya que después teníamos una cena con Fosky, Miguel, Eva y Aina, de la que hablaré a continuación.
Nos fuimos a La Casa de las Mantas, ya que la Niña quería mirarse unas sábanas/funda nórdica o similar. Al poco rato de entrar allí, y mientras veíamos varios juegos monísimos de la death, me empezó a chorrear la nariz, y recordé que no había cogido kleenex, por lo que me tuve que ir un momentito a casa. Volví con tres paquetes, por si acaso. Hicimos cola, pagamos y nos fuimos, porque ya se nos hacía algo tarde al Niño y a mí.
Teníamos el coche en la esquina de Girona con Ausiàs March, así que nos fuimos los tres hasta allí, con idea de acercar a la Niña hasta el bus. Cogimos el coche -sin gasolina otra vez...-, y nos pusimos a buscar una gasolinera, mientras la alarma de la reserva nos avisaba de vez en cuando. Encontramos una, pero estaban repostando, y cerraron al público segun llegábamos nosotros. Al final decidimos aparcar "por allí", e ir de una vez al restaurante, que nos estaban esperando. Dejamos el coche a una manzana de donde lo habíamos cogido, y nos fuimos a pie, la Niña hasta la parada de bus, y nosotros al restaurante cantonés donde habíamos quedado. Llegamos fashionably late, es decir, tarde, pero lo justo.
Como viene siendo ya tradicional, Aina fue la encargada de elegir el menú, ya que éste es uno de los que llamamos "chinos auténticos", y de entre nosotros es ella quien conoce mejor la cultura china (cantonesa en este caso). Comimos bien, sin los excesos de costumbre, aunque Aina estaba indignada porque los platos los estaban trayendo en un orden inadecuado. Pese a ello, nos amenizó la velada con la ocasional perla de historia o mitología china, algo de cotilleo (se ve que a los cantoneses se les considera como a los catalanes, es decir, fervientes adoradores de Nuestra Señora del Puño Cerrado), y su buen humor. A la hora de pagar, cómo no, recordé que no llevaba dinero en metálico, por lo que pagué toda la cena con tarjeta, y me quedé con los billetes y monedas que había aportado cada uno. Tras ello, nos fuimos retirando, porque al día siguiente teníamos una gazpachada manchega en casa de Sonia y Jose, y no era plan de ir sin haber dormido unos mínimos.
Por la mañana... bueno, vale, al mediodía, nos llama Fosky, mientras nos disponíamos a desayunar, y nos indica que ha habido un error de cálculo, y que al final no cabremos todos, con lo que el Niño y yo nos montamos la película por nuestra cuenta.
El Niño me sugiere salir a "comer fuera", cosa que me parece muy bien. Nos cogemos el coche, y cuando le veo que coge la salida de Barcelona, le pregunto exáctamente qué entiende él por "comer fuera", a lo que me contesta que es una sorpresa. Genial. Tras unos pocos intentos, le chafo la sorpresa al adivinar que nos dirigíamos a Sant Llorenç de Morunys, un pueblecito precioso, tranquilo y con una iglesia en la que contrasta la sencillez de sus diversas capillas, con el más elaborado trabajo que he visto en mucho tiempo, concentrado en la capilla de la Mare de Déu dels Colls, una obra que sólo puedo describir como impresionante. Vale la pena verla. Si me es posible, intentaré incluir una foto de la capilla más adelante.
Por cierto, por si no lo había dicho, éste es el pueblo donde nació mi padre, y donde hace unos 15 años protagonicé una anécdota que no reproduciré aquí, puesto que ya bastante me la recuerdan quienes la conocen. No había vuelto desde entonces.
Después de comer (una pizza yo, una pizza y un bocadillo él), nos dimos un paseo por los alrededores del pueblo, visitamos la iglesia, alucinamos con la susodicha capilla, nos dimos otra vuelta, nos sentamos un ratito delante del ayuntamiento, y decidimos volvernos a Barcelona, ya que no era plan de coger carretera de montaña una vez que oscureciese, si nos lo podíamos evitar.
En definitiva, un fin de semana algo atípico.
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